Go to content Go to navigation

30 May 2004: cine de catástrofes

(This is a reprint of the original post)

Ayer, antes de entrar en el cine, le dije a Iván que, en mi opinión, una película se puede disfrutar desde al menos dos puntos de vista: por su valor artístico, o bien por su capacidad de entretenimiento (dejando al margen las consideraciones artísticas, científicas o incluso la lógica y el sentido común). Es muy habitual que las películas renuncien a la primera faceta (el valor artístico) para intentar proporcionar tan sólo entretenimiento sin prejuicios. En esta situación se encuentran la mayoría, por no decir todas, las películas del género de catástrofes, uno de mis favoritos.

¿Por qué me gustan las películas de catástrofes? Bueno, en primer lugar porque en ellas prima el componente espectacular, fuera de lo común (que no está en relación directa con el presupuesto de efectos especiales, aunque Hollywood no quiera darse cuenta). Ayer vi un pequeño reportaje sobre los tópicos recurrentes de las películas de este género. Por ejemplo, la historia suele comenzar con ciertos eventos anormales, sin conexión aparente (como la caida de algún pequeño asteroide, la pérdida de comunicaciones con alguna base en la Antártida, o un pequeño fallo eléctrico), que le dan los indicios a un personaje (habitualmente un científico) para percatarse antes que nadie de que algo extraordinario está a punto de suceder. Desgraciadamente, sus advertencias (otro tópico) son despreciadas y repetidamente ignoradas por otro personaje (generalmente, un jefe de algún tipo, ya sea el capitán de un barco o el líder del mundo libre). El metraje, sin embargo, se encarga de dar la razón al primer personaje, que entonces, ya con el reconocimiento debido, se encarga de hacernos saber que, por increíble que parezca, lo peor aún no ha llegado (puede ser en forma de gran tormenta, de cataclismo sísmico, o de ataque de algún bicho sobredimensionado). Además, este personaje es capaz de predecir cuánto tiempo falta para que suceda la calamidad (el rango varía entre unos minutos, para las desgracias que afectan a un pequeño grupo de personajes, hasta los días completos para las que ponen en riesgo la continuidad de la vida humana). Y mientras tanto, la catástrofe provoca la muerte de centenares, miles, o incluso millones de personas normales y corrientes (este detalle es importante), según su magnitud.

Sin embargo, no todas las películas que se ajustan al guión descrito merecen mi atención. La que vi ayer con mis amigos es un ejemplo deplorable, una muestra más de que la versatilidad y poder de los efectos especiales digitales han hecho desaparecer cualquier atisbo de guión. Los personajes son totalmente inconsistentes, con reacciones antinaturales y comportamientos idiotas (lo que no ayuda a aumentar la tensión de la película, sino la de los espectadores, como se puede comprobar si tu butaca está junto a la de Iván).

Pero ya que me he puesto a hablar de este género, aprovecho para señalar que las catástrofes cinematográficas pueden tener justificación en el guión o no. En la primera categoría se encuentran aquellos terremotos que son consecuencia de pruebas nucleares, o las aterradoras mutaciones biológicas debidas a la contaminación, o cualquier otra manera que hayamos encontrado de ofender a la naturaleza. En este tipo de películas se intenta exponer una justificación científica, generalmente poco creíble o completamente risible. Afortunadamente, hay otro tipo de catástrofes que no requieren justificación pseudocientífica. Por ejemplo, un incendio en un rascacielos, como el que caldea la mejor película de catástrofes, según mi opinión.

No quería terminar sin hacer una aclaración: las catástrofes sólo me gustan cuando ocurren en la ficción. Por desgracia, también suceden en la vida real. Ojalá no fuera así, y el único lugar donde pudiéramos ver cataclismos fuese una sala de cine, y no las noticias de las tres y las nueve.